
“Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme enteramente de mí para establecerme en Ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, ¡oh mi Inmutable!, sino que cada minuto me sumerja más en la hondura de tu Misterio.” Sor Isabel de la Trinidad.
SOR ISABEL DE LA TRINIDAD
Martirologio Romano: En Dijon, en Francia, Santa Isabel de la Santísima Trinidad Catez, virgen, de la Orden de las Carmelitas Descalzas, que desde niña anheló buscar en lo profundo de su corazón el conocimiento y la contemplación de la Trinidad, y afligida por muchos sufrimientos, todavía joven continuó caminando, como siempre había soñado, «hacia el amor, hacia la luz y hacia la vida». († 1906)
Etimológicamente: Isabel = "juramento de Dios". Viene de la lengua hebrea.
Fecha de beatificación: 25 de noviembre de 1984, por S.S. Juan Pablo II Fecha de canonización: 16 de octubre de 2016, por S.S. Francisco.
ISABEL Y SU VIVENCIA ESPECIAL DEL MISTERIO
Fascinados por la Trinidad
Fr. Lucio del Burgo, OCD (España)
Algo más que un rompecabezas
Algunos de nuestros contemporáneos se han preguntado si es obligatorio creer en el misterio de la Trinidad. En el caso de que sea obligatorio alguien se ha interrogado sobre la utilidad y practicidad de esta creencia. Goethe en su diálogo con Eckermann decía: “Yo creía en Dios y n la Naturaleza y en la victoria de lo noble sobre lo malo; pero eso no era suficiente para las almas pías: debía creer también que tres es uno y que uno es tres; esto, sin embargo, repugnaba al sentimiento de verdad de mi alma; tampoco veía que con ello se me ayudara en lo más mínimo”.
El mismo Karl Rahner llega a afirmar: “Podemos… aventurar la conjetura de que, si tuviéramos que eliminar un día la doctrina de la Trinidad por haber descubierto que era falsa, la mayor parte de la literatura religiosa quedaría casi inalterada.”
La doctrina trinitaria era una fórmula vacía, abstracta que no tenía que ver nada con la vida concreta. Sin embargo todo cristiano fue bautizado en el nombre de la Trinidad, la celebración eucarística empieza y termina en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La señal de la cruz, tan usada en los ambientes cristianos, va acompañada de la confesión del Dios trino. En definitiva, la Trinidad es la vida de la Iglesia.
Si el Dios cristiano es aquel “en que vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28) y ese Dios se nos revela como comunidad, todo queda iluminado con una nueva luz y esta luz irradia todo el universo entero. Toda la creación resplandece de una forma nueva y diferente. Klaus Hemmerle, obispo de Aquisgrán decía atinadamente: “Difícilmente puede captarse el alcance de la revolución de la imagen de Dios que se inició en la historia de la humanidad a través de la fe en… el Dios trino. Dicha revolución ni siquiera ha llegado a penetrar aún hasta lo más profundo de nuestra propia conciencia cristiana. Que Dios sea totalmente comunicación vida que se derrama… no sólo invierte la imagen humana de Dios, sino que afecta también a comprensión que tenemos de nosotros mismo y del mundo”.
Emil Brunner afirma que “a toda cultura, a toda época histórica, se l puede aplicar esta frase: dime qué Dios tienes, y te diré qué aspecto tiene tu humanidad.” En efecto, la imagen que tenemos de Dios está influyendo en la imagen que tenemos de la persona humana, la imagen que tenemos de nosotros mismos, la forma de relacionarnos con Dios y con nuestros hermanos y hermanas.
La creencia en la Trinidad nos dice que la persona humana tiene un sentido pleno en el “ser con los demás” y el “ser para los demás”. El otro forma parte de mi propia condición. Si la vida divina se realiza en el intercambio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, eso significa que la unidad y la pluralidad son importantes para entender la realidad de Dios y la imagen del hombre.
Esto trae consecuencias para todas las comunidades y estructuras sociales en las que vivimos. Muchas veces estamos tentados a no soportar y tolerar la diversidad, ni valorarla en su justa medida. Es más fácil invocar la unidad para imponerse a los demás: los mayores sobre los jóvenes, las izquierdas contra las derechas, o viceversa. La mirada al Dios trinitario nos orienta y nos ilumina para que busquemos la unidad en la diversidad. La diversidad es una riqueza no una amenaza. Diversidad y unidad en un clima de amor y cordialidad. Así la Trinidad es el modelo de toda sociedad humana y y de la Iglesia.
Hay un texto de un poeta que me ha llamado la atención y que lo transcribo porque me parece que refleja de una forma bella lo que estoy expresando:
“Si todos tuviéramos cuatro manzanas,
si todos estuviéramos sanos y fuertes
con un corcel,
si todos estuviéramos igualmente inermes en l amor,
si cada cual tuviera lo mismo,
ninguno necesitaría al otro.
TE agradezco que TU justicia sea desigualdad.”
Su devoción a la Trinidad
Creo que lo que he escrito antes nos puede ayudar a una comprensión mayor de Isabel de la Trinidad, su mundo interior, sus escritos y también su manera de ver las personas, sus relaciones con los demás y principalmente su mundo interior.
El misterio trinitario ocupa un lugar primordial en los escritos de Isabel de la Trinidad, forma parte de su vida y de su propia identidad. Orientada por la Madre María de Jesús y del P. Vallée, que le explica el sentido teológico de la inhabitación, Isabel tendrá una comprensión del misterio trinitario. San Pablo y San Juan de la Cruz la guían hacia una maduración espiritual centrada en el misterio.
“Sí, Guita mía, esta fiesta de los Tres es realmente mi fiesta, no hay otra igual para mí. Es muy propia del Carmelo, pues es una fiesta de silencio y de adoración. Yo nunca había comprendido tan bien este misterio y la gran vocación que se encierra en mi nombre” (C113).
“Yo soy Isabel de la Trinidad, es decir, Isabel que desaparece, que se pierde, que se deja invadir por los Tres. Como ves, las dos estamos muy cerca en Ellos, somos completamente una, ¿No es cierto? De la mañana a la noche todo lo hago contigo y te considero como una verdadera hermanita de mi alma” (C172).
Un mensaje para nosotros hoy
¿Quién nos revelará la belleza de la vida? ¿Qué puede aportar una monja de clausura de finales del siglo XIX y principios del XX? ¿Nos puede orientar una joven de escasa cultura? ¿Quién nos narrará el misterio de Dios en una sociedad satisfecha de sí misma y de las obras de sus manos? Isabel de la Trinidad es maestra de espiritualidad para los hombres y mujeres del siglo XXI.
Un mensaje vivo y fresco
La vida convence más que las palabras. Una existencia humana puede expresar lo inexpresable de una manera débil. Al mismo tiempo hemos de distanciarnos de una imitación literal, ciega y servil. Cualquier personaje histórico no comparte los ideales del momento. Sin embargo puede servir de inspiración. Nos puede ofrecer señales para el camino. Hoy necesitamos una teología narrativa (de la experiencia). En realidad así empezó el cristianismo. Los discípulos de Jesús trasmiten los relatos de una persona que los ha cautivado y ha transformado sus vidas. En ese sentido tiene un valor irremplazable la figura de Isabel de la Trinidad. Sus escritos contagian vida y frescura. El mensaje de Isabel es fresco, vivo, contagia la atracción y entusiasmo de una mujer en plena juventud.
Dios es vida, gozo y felicidad
Un Dios adorado como amor vivido gozosamente. En una sociedad como la nuestra, en la que se margina a Dios y se silencia para que no moleste, Isabel ofrece la medicina de Dios como palabra válida para orientar nuestro deseo de trascendencia. Su doctrina y experiencia están dentro de la gran corriente eclesial de hombres y mujeres que han sido testigos de Dios en el mundo que les ha tocado vivir. Es preciso recordar su famosa oración: “Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro”, tan conocida y tan recitada por tantas generaciones de cristianos. Es la expresión más profunda de su alma y a la vez su Buena Noticia para el mundo. Dios es vida, gozo y felicidad, lo único que llena el corazón humano y por el que vale la pena perderlo todo. Por eso la adoración le sale tan natural y espontánea.
“Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme enteramente de mí para establecerme en Ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, ¡oh mi Inmutable!, sino que cada minuto me sumerja más en la hondura de tu Misterio.
Inunda mi alma de paz; haz de ella tu cielo, la morada de tu amor y el lugar de tu reposo. Que nunca te deje allí solo, sino que te acompañe con todo mi ser, toda despierta en fe, toda adorante, entregada por entero a tu acción creadora.
¡Oh, mi Cristo amado, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para tu Corazón; quisiera cubrirte de gloria amarte… hasta morir de amor! Pero siento mi impotencia y te pido «ser revestida de Ti mismo»; identificar mi alma con todos los movimientos de la tuya, sumergirme en Ti, ser invadida por Ti, ser sustituida por Ti, a fin de que mi vida no sea sino un destello de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.
¡Oh, Verbo eterno, Palabra de mi Dios!, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero hacerme dócil a tus enseñanzas, para aprenderlo todo de Ti. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero fijar siempre la mirada en Ti y morar en tu inmensa luz. ¡Oh, Astro mío querido!, fascíname para que no pueda ya salir de tu esplendor.
¡Oh, Fuego abrasador, Espíritu de Amor, «desciende sobre mí» para que en mi alma se realice como una encarnación del Verbo. Que yo sea para El una humanidad suplementaria en la que renueve todo su Misterio.
Y Tú, ¡oh Padre Eterno!, inclínate sobre esta pequeña criatura tuya, «cúbrela con tu sombra», no veas en ella sino a tu Hijo Predilecto en quien has puesto todas tus complacencias.
¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo!, yo me entrego a Ti como una presa. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos, mientras espero ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas.”
Autor: Fr. Lucio del Burgo, OCD
José Miranda, Fascinados en la Trinidad, Editorial Santa Teresa, México, 2007.
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